La soledad es intolerable.
Los brazos, piernas y rostros se encogieron de nuevo, y el Guerrero Orbe lentamente regresó a su estado de reposo. Intentó cerrar los ojos, aún húmedos por las lágrimas del opuesto y complementario perdido, pero los volvió a abrir. Si un ser como éste podía experimentar la ansiedad, aquel nudo ajustado que perfora las entrañas, en ese momento lo consumía. Sus ojos encendidos despidieron chispas. Sus placas doradas, que escondían la daga asesina, no llegaban a cerrar del todo y lo que había en su interior, una marea infinita de Kámac, se movía con agitación. A su lado, el vacío que dejó el ser ausente succionaba lentamente todo aquello que se había creado en el nuevo mundo, el mundo de los Wakos, estimulando un fenómeno curioso de reconstitución ¿Era éste inevitable?
La Orbe cantó:
“Aquella que se separó en millones, volvería si la dejaran amar”,
“No hay mujer sin hombre, no hay dorado sin plata”,
“El tiempo del círculo ha vuelto a comenzar, el fin es el inicio, y el inicio el final” susurro el cántica mil veces, donde nadie o nada, lo podía escuchar.