Negro.
Negro.
Frio, sin sonido.
Solo podía ver un negro inmenso, como si las aguas y las nubes se fusionaran en uno creando una sábana inmensa.
Silencio.
Dos orbes gigantescas, flotan en calma sobre la sábana. Una plateada como la Luna, mujer, otra dorada como el Sol, hombre. Sus cuerpos son compactos, lizos y gigantes, como una roca maciza acariciada por el mar durante milenios. Sus rostros de piel, empotrados en el metal, reposan en calma, durmiendo. Pareciera que no se mueven. Son dos manchas ovoides y resplandecientes sobre este lienzo negro.
Pero no están estáticas.
Se acercan lentamente, como atraídas por el brillo de sus superficies. Verlas moverse es un espectáculo hipnótico, un acto de seducción en cámara lenta. Poco a poco comienzan a girar en círculos ovoides, una frente a la otra, los ojos cerrados, como si se tratara de un baile. Mientras más cerca están en su orbita, son más rápidas, como cuando una canica es arrojada la vorágine de un tubo cónico, y se acerca cada vez al agujero negro del centro. El movimiento giratorio es constante, más rápido, más rápido, más rápido, más rápido y más rápido.
Más rápido.
Abren sus ojos. Una luz mortífera emerge de ellos e ilumina la noche. Los cuerpos compactos separan en placas, liberando presión, se siente un sonido intenso, un olla gritando los vapores capturados a presión infinita, un alarido de guerra. De entre los pedazos abiertos emergen brazos, piernas, se sugiere un torso, un pecho, de lo que era redondo perfecto, nacen dos cuerpos antropomorfos gruesos, y en su puño masivo hay una espada.
Los dos guerreros danzan en sus órbitas.
Un grito.
El primero asesta un golpe con la espada, el segundo lo bloquea con la suya, la explosión de cada impacto crea una honda de fuego. El círculo se interrumpe por las arremetidas, pero tras el choque, los Guerreros Orbe regresan a su órbita, a velocidad máxima y luego regresan al choque. Una y otra vez. La espada cae con la furia del universo, el bloqueo, un brazo golpea al otro en la cabeza de lleno haciéndolo perder control, pierde el balance, pero aún así logra impedir el golpe, una segunda espada más corta y gruesa emerge del otro puño y asesta una primera estocada, un brillo blanco y viscoso emerge de la herida, el codo impacta en el casco, todo está borroso, la espada gira como una guillotina apuntando a la cabeza, la Orbe Guerrera la esquiva al milímetro, un escudo emerge del brazo, y bloquea ese segunda golpe, el puño se cierra y asesta con profundidad en el abdomen, el cuerpo se dobla, una espada se levanta en el espacio cósmico y cae con todo el peso e inmensidad del ser. El movimiento fugaz lleva el golpe al vacío, dejando torso, brazos y cabezas expuesta. La Orbe levanta la espada, y cercena los brazos de su rival. Emerge la luz, la viscosidad, el grito de dolor llena el resto de la oscuridad. La agonía es rápida pues un movimiento limpio decapita al ser desmembrado. Entonces, el cuerpo decapitado del Guerrero Orbe tiembla, se sacude, se comprime, se comprime, se comprime tanto hasta llegar a un punto microscópico, y explota haciéndolo todo blanco.
Silencio.
Negro.
Todo es negro de nuevo.
Solo el Guerrero Orbe victorioso habita el espacio. Quedó vivo, el dorado, el plateado dejó de existir.
Sus ojos blancos se apagan y vuelve lentamente a su estado de reposo.
Lágrimas bañan su rostro.
Ahora está solo.
La Era de la Luna acaba de empezar. El mundo de los WAKOS ha nacido.