-Vi dos grande platos chocar uno con otro, uno dorado, y el otro plateado. La explosión me dejó ciega.- dijo Felina, echada sobre el suave sólido, mientras apuntaba al cielo.
-Luego vi a uno de los platos gigantes,
-De nuevo los viste… -preguntó el pequeño wako.
-Si, el plateado, aparece de un destello de luz, como emergiendo del mar. Se ha reconstituido. Repentinamente se abrió una herida enorme en el cielo por la que empezó a meterse y desapareció. Y con él desaparecí yo, desaparecimos todos. Todo terminó.
Solo ví oscuridad.
- ¿Viste el fin del mundo?- Movía su cola, orejas, brazos y piernas rechonchas. Un divertido Evo-level-3 de amarillo intenso, felino.
- Como si el mundo se acabara, pero no lo sentí así, ¿me entiendes?. Fui feliz cuando vi al plato gigante. Estuve en paz. Era enorme, nunca en mi vida había visto algo tan, tan grande. Como si el planeta bajara a decirte “hola”. Pero no tenía boca para hablarte. Sólo podía ver sus ojos, achinados e inexcrutables, como con los Wevos. Eran pequeños, blancos y brillantes. En un momento me miraron, se quedaron fijos, pasaron segundos que se sintieron una eternidad, luego se cerraron y desapareció. Fui feliz y tranquila cuando todo desapareció, y fui feliz...cuando desaparecí yo.
Felipe y Felina reposaban sobre el sólido. Miraban juntos el extenso gaseoso.
-El fin del mundo no debería ser un momento bonito- dijo Felipe suspirando. Así no los cuentan los más evolucionados como tú. ¿Por qué no piensas como ellos?
-Nunca pienso como ellos. Lo intento, de verdad, pero creo que mi kámac siempre terminan siendo el raro. Así evolucioné: rara. Mejor sigamos haciendo las alas.
Felina se puso de pie. Era una waka esbelta. Una evolución 5 reciente, joven, de piernas fuertes y uno largo cerquillo que tapaba su rostro. Como con todos los Wakos, nunca podías ver sus ojos. Su cabeza, una escafandra brillante de felino amarilla se convertía en una cola larga y gruesa de puma a lo largo de su espalda, algo que otros felinos nivel 5 encontraban un poco inusual pues las suyas eran más pequeñas. Sus brazos eran regordetes pero atléticos, sus manos gruesas y fuertes.
Felina y Felipe caminaron hacia el mundo de los tótems, se internaron entre las piedras y llegaron a un claro. Allí movieron un montículo que ocultaba un armatoste de sólido. Ella lo miró satisfecha.
–Aún tenemos trabajo por hacer pero ya casi está listo.
Extendió el armatoste y reveló las formas de un ser alado, un nivel de evolución 5, o wako.air. Se puso en cuclillas, uno de sus brazos tocó el sólido y enterró sus dedos gruesos. El otro brazo se levantó en el gaseso, e inmediatamente empezaron a moverse los sólidos más pequeños de su entorno. Un fragmento llegó a su mano rápidamente y otros se arrastraron hacia ellos. Los dos wakos empezaron a trabajar el material, romperla en pedazos más pequeños, amarrarlo unos a otros. La diferencia entre lo que Felina y Felipe podían hacer se veía en tamaño y complejidad. Ella tenía dos niveles de evolución más encima, lo que le permitía mover sólidos más grandes, así como realizar transformaciones más complejas. Felipe trabajaba con lo más pequeño, el detalle. Amaba esa parte del trabajo en donde se sumerge en la minucia, la perfección. Se había convertido en un maestro en el oficio. Y para esta estructura el detalle era fundamental. Cada milímetro.
Pasó el tiempo.
Felina se alejó del chaleco alado. Lo acopló a su cuerpo. Felipe lo ajustó bien. Luego la miró. La observó.
-Te pareces a uno de ellos- dijo.
-Perfecto- vayamos entonces a la segunda construcción.